viernes, 7 de septiembre de 2012

DAN TIEN

Dan Tien

Nuestro centro de energía
El Dan Tien es el centro de energía vital y de sabiduría primigenia que reside en nuestro interior. Los maestros taoístas han enseñado durante miles de años a reunir la energía de vida (el Chi) en este lugar con el fin de centrar la conciencia y el poder personal, así como para promover el bienestar y la longevidad.
El Dan Tien funciona como una brújula interna que nos guía con precisión cuando aprendemos a desarrollarlo. Además, el hecho de estar en contacto con la energía del Dan Tien transforma las actividades diarias en un encuentro continuo con uno mismo y con el sentido de la vida.
Escuchar el Dan Tien proporciona infinidad de instantes felices en nuestras relaciones y en todo cuanto hacemos. Gracias a las prácticas que realizamos es fácil aprender a desarrollar el Dan Tien y permitir que llene nuestra vida de auto confianza, amor y felicidad.
El efecto es sensacional, y en parte ello se debe a que este estado se alcanza sin necesidad de ejercicios agotadores, meditaciones prolongadas o esfuerzos de otro tipo. La razón primordial por la que el planteamiento DanTien es tan atractivo es que puede practicarse en cualquier momento, en medio de las actividades cotidianas. Personalmente lo he practicado con regularidad y he disfrutado mucho de él.
De este modo pude aplicar fácilmente nuestro centro de energía en mi vida diaria, y tanto mi cuerpo como mi mente funcionaron más plena y eficazmente. ¿Quién no quiere recibir algo que al mismo tiempo es divertido y produce buenos resultados?
Gradualmente se va adquiriendo el hábito de entrar en contacto con los sentimientos del cuerpo. La mente se calma, se siente más confianza en uno mismo y aumenta el bienestar en general.
La verdadera clave de acceso a estos estados es la antigua práctica china del Dan Tien. Recomiendo decididamente el empleo de este método. Puede que al principio dudes de su eficacia porque es extremadamente simple, pero cualquier duda desaparecerá en cuanto le des la oportunidad que se merece...

Las buenas sensaciones nos guían
Según los antiguos textos chinos, el secreto de la longevidad, de la felicidad y del éxito reside en el Dan Tien, que es la fuente de la vitalidad y de la alegría. Todos tenemos esta fuente en nuestro interior, pero raras veces tomamos conciencia de ella. Todos tenemos una brújula interna que nos guía hacia la buena vida y nos mantiene en armonía con el cosmos. Cuando prestamos atención a sus señales sutiles podemos esperar una vida rica y plena, bendecida por relaciones amorosas.
Esta brújula interna es tan simple que hasta el que menos entiende puede leerla y comprender sus indicaciones; por eso tendemos a no hacerle caso. A la mayoría se nos ha enseñado a ignorarla y a confiar en teorías complejas, en reglas artificiales o en sistemas de creencias. El concepto Dan Tien nos recuerda que todas las grandes verdades son simples y se pueden practicar sencillamente en la vida cotidiana.
Los orientales han sabido durante miles de años que el núcleo de nuestra vitalidad y sabiduría inconsciente reside en nuestro mismo centro. En esta zona del vientre podemos sentir espontáneamente si estamos o no estamos sintonizados con la vida en un momento dado. Cuando pensamos o hacemos algo que está en desacuerdo con nuestros sentimientos más profundos, inmediatamente percibimos una sensación desagradable en nuestro centro, en el Dan Tien. Esta señal nos avisa que nuestro modo de pensar o actuar en ese momento no está del todo bien. Si no escuchamos la señal, ésta se repetirá con más fuerza y puede llegar a producirnos un "nudo” en el estómago. Si ignoramos el mensaje sistemáticamente podemos llegar a padecer una úlcera u otros problemas psicosomáticos.
Pero si pensamos y actuamos en armonía con el Dan Tien, notaremos sensaciones agradables en el vientre. Nos sentiremos felices y disfrutaremos del equilibrio interno. Con el tiempo podemos aprender a cultivar este estado para que se convierta en un hábito placentero. De este modo, cuerpo y mente pueden funcionar óptimamente evitando tensiones inncesari

CUENTOS TAOÍSTAS ...

Cuentos Taoístas

Más allá de la anécdota y lo cotidiano, las delicadas narraciones que componen los cuentos taoístas nos descubren la magia y el misterio que subyacen bajo la rutina diaria de un pueblo que siempre supo que el cielo y la tierra están unidos. Unos cuentos que indican, sugieren, insinúan mucho más de lo que se puede leer a simple vista, con la delicadeza característica de la literatura tradicional china. Los ancestros, la naturaleza que lo abarca todo, oscuros alquimistas, ninfas enamoradas, talismanes y espíritus venidos del más allá pueblan un universo tan fantástico como real. Unos de los mejores cuidados cuentos mágicos en la más pura tradición taoísta para distraerse, divertirse y sorprenderse.



LA GRAN PRUEBA
Li Tse-Kiang era un hombre que, entre sus muchas virtudes y sus muchos defectos, adolecía de una muy común enfermedad del espíritu: la codicia. Su ambición por conseguir más y más estaba alimentada por la vanidad, pues disfrutaba de cierta reputación en su ciudad: todo el mundo sabía como se llamaba y alguna vez había oído que su nombre estaba en las conversaciones de sus vecinos. Todo ello lo había convencido de que el suyo era un destino especial, diferente del de los demás hombre, por lo que decidió convertirse en juez de los litigios de sus conciudadanos. Muchos eran candidatos a ocupar el puesto, pero ninguno de su valía, se repetía a sí mismo.
Cuando colgaron en un poste de la plaza del pueblo los resultados de las pruebas para acceder a juez, él estaba todavía desayunando en una taberna. Al enterarse, salió corriendo con la boca llena a comprobar que su nombre estaba entre los elegidos para el puesto. Buscó entre los nombres, y tal fue su disgusto al ver que no estaba, que sintió que sus sentimientos se removían en su estómago como si hubiera un terremoto. Intentó tragar el arroz empapado de vino que aún daba vueltas en su boca, pero, testarudo, quedó prisionero en su pecho. Notaba el nudo ahí, en el corazón, como un remordimiento. Empezó a sentirse mal: el sudor empapaba su frente y su piel se tornó blanca de repente; tuvo que tenderse en el suelo para no caer víctima de un mareo inoportuno. Sus amigos intentaron calmarlo con suaves palabras; le comentaron que no se preocupara, que siempre salían nuevas convocatorias para el puesto de juez. Él les confesó que ya no disponía de más dinero y ellos, enseguida, reunieron diez monedas para él.
Esa noche un hombre extraño se le apareció en sueños cantando una misteriosa canción:

Siempre hay alguien por encima de ti
que cura las tristezas y calma las angustias.
Habla con el laúd y juega con las palabras.
Un sauce costero es su morada,
no temas,
no te entristezcas
cuando se lance a las olas.

Al día siguiente, Li Tse-Kiang, paseando cabizbajo y pensativo por la orilla de un río, topó con un monje taoísta que estaba sentado bajo un sauce. Tras hacerle una reverencia, le pidió que le diera una medicina para su enfermedad.
- Te has equivocado de persona –contestó el sacerdote sonriendo-; yo no puedo curar enfermedades, sólo entrego melodías a quien recruza en mi camino.
Li Tse-Kiang se marchó no sin mostrar su decepción. Unos metros más allá se le iluminaron los ojos: ¡se trataba del hombre que se le había aparecido en sueño! Regresó al instante junto al monje y, arrodillándose, le ofreció a cambio de una melodía el dinero que sus amigos habían recogido para él. El sacerdote lo agarró e inmediatamente lo lanzó al río, ante lo que Li Tse-Kiang mostró su enfado.
- ¡Ajá! –replicó el sacerdote-. Eres un hombre necio. Esas piezas de metal ejercen sobre ti una poderosa influencia, y no dispones de suficiente fuerza para liberarte. No temas nada, encontrarás tu dinero en la orilla.
Li Tse-Kiang se giró hacia el lugar que señalaba el monje, momento que aprovechó éste para darle una fuerte palmada en la espalda mientras se lamentaba:
- Pobre hombre, si no tuvieras tu espíritu anclado en lo mundano…
Gracias al golpe, Li Tse-Kiang escupió el trozo de comida que todavía estaba aprisionado en su pecho. Se sintió profundamente aliviado y, al incorporarse para agradecerle al sacerdote el favor, éste ya había desaparecido.
Li Tse-Kiang encontró la bolsa con las monedas en el lugar que la había indicado el misterioso monje.